domingo, 29 de septiembre de 2013

LANA DEL REY.


Me encontraba en el invierno de mi vida, y los hombres a quienes conocí en el camino fueron mi único verano.  Por las noches, caía dormida con una imagen de mi misma bailando y riendo y llorando con ellos. Tres días   antes de embarcarme en una gira mundial, y mis recuerdos de ellos fueron las únicas cosas que me sostuvieron, y mis únicos y verdaderos momentos felices. Era una cantante, no una popular, que una vez soñó con convertirse en una hermosa poetisa, pero que en una serie de eventos lamentables vio esos sueños venirse abajo y dividirse como un millón de estrellas en el cielo nocturno ante el cual solía soñar una y otra y otra vez, rozagante y triste. Pero, no me importó tanto puesto que sabía que se necesita conseguir todo lo que siempre quisiste y luego perderlo para saber que es la verdadera libertad. Cuando las personas a quienes conocía descubrieron qué había estado haciendo, cómo había estado viviendo, me preguntaron por qué. Pero es inútil hablarles a personas que tienen un hogar, ellos no tienen idea de lo que es buscar seguridad en otras personas, por un hogar donde sea poder recostar tu cabeza. Siempre fui una chica rara, mi madre me decía que tenía alma de camaleón. Ninguna brújula de moralidad señalándome cual era el norte, ninguna personalidad estable. Sólo una indecisión interior que era tan grande y tan vacilante como el océano. Y si dijera que no fue mi intención que todo se tornara de esta manera, estaría mintiendo, porque nací para ser la otra mujer. Yo no le pertenecía a nadie, que le perteneciera a todo mundo, que no tuviera nada. Lo quería todo con el ardor de cada pequeña experiencia y una obsesión de libertad que me aterrorizaba al punto de que no podía hablar al respecto, y que mi impulsó a un punto nómade de locura que me deslumbraba y me mareaba.

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